Cuando aún resuenan en Francia los ecos de la reciente ola de intolerancia dirigida contra los jornaleros inmigrantes y los judíos, llega un mensaje alentador del profesor norteamericano Philip Hallie quien, en su libro Lest Innocent Blood Be Shed ("Para no derramar sangre inocente"), denuncia el racismo y la intolerancia, tomando como punto de partida la conmovedora historia de un poblado francés cuyos habitantes arriesgaron la vida en los días más tenebrosos de la Segunda Guerra Mundial, por rechazar el odio. Este relato se basa en los recuerdos de esas personas y en el libro del profesor Hallie*
ALDEA DE VALIENTES
(Por Jean-Marie-Javron)
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A ALDEA protestante de Le Chambon-sur-Lignon, sita en las desoladas colinas
de la región de Vivarais, parecía destinada a la tragedia. Un sábado de julio
de 1942, dos años después de haber sido invadida Francia por los alemanes, se
presentó en el pueblo Monsieur Bach, prefecto de la región del Alto Loira. El
pastor André Trocmé, que desde hacía ocho años guiaba espiritualmente a los
3.000 pobladores de Le Chambón, fue llamado al Ayuntamiento.
—Pastor, usted oculta a varios judíos en
esta comunidad —le espetó el prefecto sin rodeos—. Tengo órdenes de llevarlos a
la prefectura para verificar su identidad. Deme sus nombres y direcciones.
—Esas personas han venido en busca de ayuda
y protección —contestó Trocmé sin inmutarse—. Soy su pastor; y no es propio de
un pastor traicionar a las ovejas confiadas a su cuidado.
Durante las tres semanas siguientes la
policía ocupó la aldea y registró cada una de las granjas, de los graneros y de
los sótanos, sin encontrar un solo judío. Estos, avisados del peligro, habían
huido a las montañas cercanas.
André Trocmé había llegado a la aldea con
su esposa y sus cuatro hijos en una tormentosa noche de septiembre de 1934.
Alto, vigoroso y propenso a enfurecerse cuando alguien ponía en duda sus
principios, Trocmé era, sin embargo, un pacifista y un impugnador escrupuloso
mucho antes que la Iglesia Reformada de Francia aceptara el principio de la no
violencia, con el cual él comulgaba. Consciente de que la violencia engendra
violencia, creía que el círculo vicioso podía romperse tratando como posibles
amigos a las personas, sin reparar en razas y creencias, y persuadiéndolas de
que la vida es sagrada.
Trocmé se entregó con decisión a la tarea
de devolver la vida a la aldea —y de inculcar sus ideas de la no violencia a
las sucesivas generaciones de estudiantes— fundando una escuela preparatoria,
El plantel abrió sus puertas en 1938, con la ayuda del pastor Edouard Theis,
quien también se oponía a la violencia. En su primer año, el Colegio Cévenol
tuvo 18 alumnos y cuatro maestros. Cinco años más tarde, la cifra sobrepasaba
el centenar.
Mientras tanto, el espíritu de no violencia
impregnó de tal forma aquella aldea que, cuando un forastero preguntaba por la
escuela, con frecuencia le respondían: "¡Está en todas partes!"
Las enseñanzas de Trocmé sufrieron la
primera prueba durante el invierno de 1940 a 1941. Cierta noche, una mujer de
ropas delgadas atravesó tambaleante las nevadas calles de Le Chambón. Estaba
casi desfallecida cuando llamó a la puerta de los Trocmé.
—Soy judía alemana. Me dijeron que aquí
encontraría ayuda —explicó.
— ¡Naturalmente! ¡Pase usted! —respondió
Magda, la esposa del pastor.
Después de calentarse, comer y ponerse
ropas secas, la mujer dio a conocer su caso, que pronto llegó a oídos de todo
Le Chambón: había huido de Alemania para no ir a un campo de concentración;
pero, apenas se hubo instalado en París, las tropas alemanas desfilaron por la
capital. Su seguridad estaba ahora al sur del río Loira, en la zona
franca. A la mañana siguiente, Magda
Trocmé pidió al alcalde cupones de racionamiento para la refugiada, aun
sabiendo que estaba penado proteger a un judío. Hasta entonces, el alcalde
nunca había secundado el racismo del Gobierno de Vichy. Por lo que Magda no
dudó de que accedería a su petición. La reacción del alcalde la dejó
estupefacta. "¿Se atreve usted a poner en peligro a toda la población por
el bien de una sola extranjera?", dijo a voz en cuello.
Magda no se sintió con ánimos de discutir.
Por su excesiva confianza había arriesgado la vida de la judía. Con pena le
tuvo que informar que no podría permanecer en la casa parroquial, y le dio el
nombre de un pastor que vivía cerca de la frontera suiza y con el cual le sería
posible permanecer hasta el fin de la guerra. La mujer se marchó solitaria
sobre la nieve.
Aunque el trámite directo con el alcalde
fue un error, enseñó a los Trocmé una valiosa lección. En adelante tendrían que
mentir y engañar para salvar vidas, aun a costa de sus más arraigados
principios morales. En las semanas siguientes, los otros aldeanos llegaron
instintivamente a la misma conclusión.
Casi a diario el tren de Saint Etienne
dejaba en la pequeña estación de Le Chambón una remesa de judíos fugitivos,
integrantes de la constante corriente de refugiados. Algunos sólo iban de paso.
El Cimade, organismo protestante, intervenía para que varios grupos de
atrevidos voluntarios ayudaran a los más fuertes a pasar en secreto de la casa
parroquial a una granja de amigos, y de allí a la frontera suiza. Sin embargo,
para la mayoría Le Chambón era la última esperanza. Había entre ellos muchos
niños solos y desamparados, cuyos padres habían caído en manos nazis en el
norte de Francia. El Colegio Cévenol albergó así a muchos estudiantes judíos y,
dado que también llegaron incontables maestros extranjeros, el plantel pasó a
ser no sólo interreligioso, sino genuinamente internacional.
Con el correr del tiempo, el sistema de
recepción fue mejorando bajo la batuta de los pastores Trocmé y Theis, y de los
ciudadanos más activos. Sabían que ni siquiera con torturas le arrancarían a
alguien una información que no poseía. Nadie conocía con exactitud lo que los
demás hacían. Las familias que albergaban a refugiados les confeccionaban
tarjetas de identidad con nombres no judíos para facilitar la obtención de
cupones de racionamiento. Por lo menos técnicamente, la gente no tenía por qué
saber que las personas a las que ayudaban eran judías.
Fortalecidos por los elocuentes sermones
del pastor Trocmé, y unidos en su fe y sus convicciones, los aldeanos parecían
preocuparse cada día menos por los riesgos a los cuales se exponían. En
ocasiones rozaban, indiferentes, el peligro. Por ejemplo, cuando el Gobierno de
Vichy ordenó que los escolares hicieran el saludo fascista al izar cada mañana
la bandera, Trocmé y Theis se negaron. Y cuando el ministro de Juventud y
Deportes del régimen de Vichy visitó la aldea a mediados del verano de 1942,
los estudiantes le entregaron una carta que declaraba: "Nos consideramos
obligados a informarle que hay entre nosotros un cierto número de judíos. Pero
no hacemos distinciones entre judíos y no judíos, porque contravendríamos a las
enseñanzas del Evangelio". El pastor los apoyó: "No sabemos qué es un
judío; sólo conocemos seres humanos". El funcionario le advirtió que más
le valía "andarse con cuidado".
Esa clase de imprudencias llevó a un ex
combatiente de la Resistencia —originario de Le Chambón y famoso por su
temeridad frente a los ocupantes— a declarar tiempo después que la ingenuidad,
bondad y rectitud de sus paisanos los dejaba más indefensos incluso que los
refugiados, quienes por lo menos guardaban conciencia del peligro que los amenazaba.
A fines de 1942 casi no quedaba allí
familia que no hubiese acogido al menos a un refugiado. Por supuesto, no eran
ellos los únicos que trataban de salvar vidas judías en Francia; innumerables
católicos, protestantes y no creyentes expusieron la vida en un empeño igual.
Pero sí fue la suya la única comunidad —en toda la Europa desgarrada por la
guerra— que abrió siempre las puertas a los judíos, la única donde nadie dijo
nunca "no".
Se asignaron 20 casas para los niños. La
morada de los Trocmé estaba llena de refugiados, ya fuera que pernoctaran
simplemente allí o que se escondieran por períodos más o menos largos. Un
refugiado cuyo nombre el pastor cambió de Kohn a Colin, vivió oculto en la casa
de los Trocmé hasta el fin de la guerra. Con frecuencia se reunían en torno a
la mesa hasta 15 personas para compartir una cena frugal y conversar en
diversos idiomas europeos. La contagiosa vitalidad del pastor y su entusiasmo
natural, estimulaban de continuo a Magda, sus cuatro hijos y los refugiados
mientras veían agravarse la situación del país.
A las 7 de la noche del 13 de febrero de
1943, se detuvo frente a la casa parroquial un automóvil oficial, del que se
apeó el jefe de policía del régimen de Vichy en el Departamento del Alto Loira.
Por orden del mariscal Pétain, el policía arrestó a los pastores Trocmé y
Theis, y a Roger Darcissac, administrador del Colegio Cévenol; y los llevó a
las afueras de Limoges, al campo de Saint Paul d'Eyjeaux, donde casi todos los
prisioneros eran comunistas o combatientes de la Resistencia. Veintisiete días
después recibieron una propuesta de libertad a cambio de firmar una carta de
fidelidad al mariscal Pétain. Pese a haber rehusado, al día siguiente los
liberaron sin más ni más; y muy a tiempo, pues al cabo de unos días mandaron a
los, demás prisioneros a los campos de concentración de Polonia y a las minas
de sal de Silesia. Pocos de ellos sobrevivieron.
De regreso en Le Chambón, Trocmé presintió
que la verdadera tormenta estaba aún por desatarse. Los alemanes no solamente
habían invadido la zona meridional, sino que estaban a la defensiva. A diario
cruzaban el Loira tropas de refuerzo para el frente del Mediterráneo. La
Gestapo había remplazado a la policía de Vichy. Se supo que una división de la
SS (siglas de Schutzstaffel, o Escuadrón Protector en alemán), compuesta de
tártaros tristemente famosos por aniquilar aldeas enteras, estaba acuartelada
en la vecina población de Le Puy.
El 29 de junio, un autobús de la Gestapo se
detuvo frente a "Les Roches", albergue para muchachos judíos dirigido
por Daniel, primo del pastor Trocmé. Como Magda ya estaba sobre aviso, pidió
ayuda a un soldado alemán apostado en la aldea, quien intervino a favor de un
chico español que semanas antes había salvado a un soldado nazi de ahogarse en
el Lignon. Efectivamente, fue el único en conservar su libertad, quizá por no
llevar sangre judía. Los otros fueron deportados junto con Daniel Trocmé, de 24
años, quien murió en el campo de concentración de Maidanek, en Polonia.
En julio de 1943, poco después que algunos
luchadores de la Resistencia mataron a un informante de Vichy en Le Chambón,
Trocmé supo que los alemanes querían eliminarlo, más arguyó que no podía
abandonar a su gente. Sin embargo, un alto dignatario de su Iglesia insistió en
que debía ocultarse. "Usted sabe lo que ocurre en esos asesinatos",
le explicó. "La Gestapo contrata a criminales franceses que irrumpen en
una casa durante la cena y disparan balas por doquier. ¿Permitirá que también
maten a su esposa, a sus hijos y a los refugiados?" Trocmé cedió y, una
vez más, preparó su maleta. . . para no regresar hasta la liberación francesa.
A lo largo del año siguiente, el lazo del
tormento se estrechó cruelmente. En el verano, tras el desembarco
norteamericano en Normandía, la Resistencia salió de los bosques cercanos a la
aldea para ejecutar sangrientas incursiones contra el enemigo. Los milicianos
de Vichy, empujados a su vez por el pánico, acentuaron su salvajismo. Un buen
día descendieron paracaidistas británicos en las afueras de Le Chambón.
En eso llegó la noticia de que un
regimiento alemán avanzaba hacia la cercana población de Saint-Agréve para resistir el desembarco aliado del 15 de
agosto de 1944. Seguros de que su aldea estaba destinada a la destrucción,
todos los residentes de Le Chambón abandonaron sus casas en cuestión de horas y
se ocultaron en los campos circundantes en espera de ver surgir el humo de un
momento a otro. Sin embargo, la columna alemana se detuvo en la región de
Ardéche, y Le Chambón se salvó por milagro. Las tropas del general Rene Leclerc
liberaron la aldea tres semanas después.
AÑOS MÁS tarde, Trocmé averiguó lo que
había ocurrido aquel día fatídico. Durante un viaje a Munich, en 1961, conversó
con Julius Schmáling, el mayor que había estado al mando del destacamento alemán
en Le Puy, y le preguntó:
—Señor Schmáling, usted sabía que teníamos
judíos en Le Chambón'. ¿Por qué no destruyó la aldea?
—El coronel que mandaba la Legión Tártara
insistía en que atacásemos —contestó—; pero yo le pedí una y otra vez que
esperase. Le alegué que esa clase de resistencia nada tenía que ver con la
violencia ni con algo que pudiéramos aniquilar con la violencia. Soy un buen
católico, comprenda usted, y tengo conciencia de esas cuestiones.
El hecho de que Schmáling hubiese ejercido
su influencia para mantener a la legión fuera de Le Chambón, indica que los
buenos sentimientos y el valor podían vestirse incluso con un uniforme nazi.
Hoy, el arrojo de los pobladores de Le
Chambón está simbolizado por dos árboles plantados en Israel en honor de André
Trocmé, fallecido en 1971, y de su primo Daniel. Ambos recibieron el más alto
galardón israelí: la Medalla a la Rectitud; y la aldea entera fue distinguida
recientemente con un título honorario por el Colegio Haverford de Pensilvania
(Estados Unidos). Para muchos judíos las peregrinaciones a Le Chambón han
llegado a constituir una tradición familiar. El 17 de junio de 1979, varios de
los 2.500 que pasaron por la aldea durante la guerra, descubrieron allí una
placa de reconocimiento a sus salvadores.
Acaso ningún tributo sea más elocuente que
el del profesor Hallie cuando escribe: "Yo, que comparto con la gente de
Le Chambón la creencia en la belleza de la vida humana, jamás podría igualarles
en fuerza moral. Pero quiero tener una puerta en lo profundo de mi ser; una
puerta que no se cierre en la cara de los demás seres humanos. Quiero ser capaz
de decir desde esas profundidades: ¡Naturalmente! ¡Pase usted!"